martes, 22 de julio de 2014

REFLEXIONES FRENTE A UN ANTIGUO HUERTO




REFLEXIONES FRENTE A UN ANTIGUO HUERTO

Una mañana de sábado
—como tantas veces—
intentas levantarte.

Tu huerto espera sediento de nubes.
Llameante de fresa.
Con el verde espiga de las judías. Hambriento
de sudor y azada. Exento
de ti.

Una mañana de sábado
teñidas están
las yedras blancas.

Tu nieto ha ido a verte
con los pantalones rotos y sus veinte años.
Cogiste su mano
mientras nadabas confuso entre la luz del día
y los destellos 
                              sombríos
                                                 de la química.

Te ha crecido la barba y disimula el bigote.
Huele fuerte a lejía
dentro y fuera de ti.

Aún se acuerda:
le dijiste cariño por primera vez.

Una mañana de sábado
—atado fuerte a la blanca yedra—
tal vez
intentas perderte

entre los tallos diligentes de la hortaliza,
en la romanza matinal de la cresta del gallo,
en los cimientos del balancín
de cada niño que sonríe. Entregarte
bajo el estático verde del almendro
con tu uniforme azul
y el antebrazo firme
al confortable céfiro del estanque.

Has aprendido
que el tiempo no va a perdonarte.
Que nadie regará tu huerto.
Que morirán uno a uno los peces
y el gallo
dejará de cantar
y las fresas
se quebrarán al sol

como el verde agosto de las judías
se tornará del óxido
más oscuro.

Y yo te escribo
casi quince años después,
sentado
frente al desierto de paja
que fue tu huerto,
con los pantalones rotos
y alguna cana,
recordando el día
en que dijiste cariño, sabiendo
que el tiempo es con saña
el más cruelde los verdugos, 
preguntándome

si acaso creíste
que había esperanza, que todo
marchaba bien,

o simplemente
cerraste los ojos

y aún te preguntas
cuándo
podrás despertar.

DAVID MINAYO 


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