Dichoso
el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser
y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo
que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha
muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien
tanto quería.
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera;
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y en tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata le requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
MIGUEL HERNÁNDEZ, 1936
Miguel Hernández Gilabert fue un poeta y dramaturgo de especial relevancia en la literatura española del siglo XX. Aunque tradicionalmente se le ha encuadrado en la generación del 36, Miguel Hernández mantuvo una mayor proximidad con la generación anterior hasta el punto de ser considerado por Dámaso Alonso como «genial epígono de la generación del 27».
Nació el 30 de octubre de 1910 como segundo hijo varón en una familia
de Orihuela dedicada a la crianza de ganado. Pastor de cabras desde muy
temprana edad, Hernández fue escolarizado entre 1915 y 1916 en el
centro de enseñanza «Nuestra Señora de Monserrat» y de 1918 a 1923
recibió educación primaria en las escuelas del Amor de Dios; en 1923
pasa a estudiar el bachillerato en el colegio de Santo Domingo de
Orihuela, regentado por los jesuitas,
los que le proponen para una beca con la que continuar sus estudios,
que su padre rechaza. En 1925 abandonó los estudios por orden paterna
para dedicarse en exclusiva al pastoreo. Mientras cuida el rebaño,
Hernández lee con avidez y escribe sus primeros poemas. Por entonces, el canónigo Luis Almarcha Hernández inicia una amistad con Hernández y pone a disposición del joven poeta libros de San Juan de la Cruz, Gabriel Miró, Paul Verlaine y Virgilio
entre otros. Sus visitas a la Biblioteca Pública son cada vez más
frecuentes y empieza a formar un improvisado grupo literario junto a
otros jóvenes de Orihuela en torno a la tahona de su amigo Carlos
Fenoll. Los principales participantes en aquellas reuniones son, además
de Hernández y el propio Carlos Fenoll, su hermano Efrén Fenoll, Manuel Molina, y José Marín Gutiérrez, futuro abogado y ensayista que posteriormente adoptaría el seudónimo de «Ramón Sijé» y a quien Hernández dedicará su célebre Elegía.
A partir de este momento, los libros serán su principal fuente de
educación, convirtiéndose en una persona totalmente autodidacta. Los
grandes autores del Siglo de Oro: Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Pedro Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega y, sobre todo, Luis de Góngora, se convertirán en sus principales maestros.
El 25 de marzo de 1931, con tan sólo 20 años, obtuvo su primer y único premio literario de su vida concedido por la Sociedad Artística del Orfeón Ilicitano con un poema de 138 versos llamado Canto a Valencia bajo el lema Luz..., Pájaros..., Sol...
Falleció en la enfermería de la prisión de Alicante a las 5:32 de la mañana del 28 de marzo de 1942, con tan sólo 31 años de edad.